Los de 2º de bachillerato 2013

martes, 4 de diciembre de 2012

Simbolismo e importancia de los objetos dentro de la obra


Surrealismo, absurdo, irracionalismo, incoherencia, e incongruencia son algunos de los muchos adjetivos con los que se podría definir la obra cumbre de Miguel Mihura. Las situaciones ilógicas que aparecen de manera progresiva durante cada acto dotan a la obra de cierta comicidad, pero también invitan al lector a que reflexione sobre este surrealismo que alcanza límites insospechados. Mihura no escribe nada de manera fortuita, la irracionalidad que envuelve la obra está presente porque así se ha querido, porque su objetivo no es solamente entretener al lector sino provocar en el lector ciertos planteamientos y dudas, todas ellas relacionadas con la sociedad.


Mihura utiliza una serie de elementos claves con los que realza lo absurdo y los va añadiendo poco a poco a lo largo del texto:
-       El primero en aparecer es una bota bajo la cama de la habitación de Dionisio, probablemente de un antiguo huésped. En un primer momento Dionisio quiere deshacerse de ella pero Don Rosario le anima a que se la quede ya que cree que puede serle útil. Es obvio que una sola bota no le es útil a nadie, es un estorbo, algo innecesario. Es paradójico que sea Don Rosario precisamente el que le aconseje que se la quede, ya que él mismo también resulta un verdadero estorbo para Dionisio en algunas ocasiones.
-       El teléfono está presente prácticamente durante todo el transcurso de la obra. Simboliza la única forma de contacto entre Dionisio y su futura mujer Margarita. Es ignorado la mayoría de veces, cuando está con Paula o otros personajes. Dionisio lo intenta evitar, ya que es un recordatorio de su futuro, es su única forma de contacto con la realidad y evitarlo es su vía de escape. Lo que sorprende es la forma absurda con la que Dionisio no contesta las llamadas: se inventa que quien llama es un pobre o se coloca el teléfono al revés desconectándolo.
-      Otro objeto a destacar es la carraca que el Odioso Señor regala a Paula con la intención de comprar su amor. Una carraca que es rechazada y acaba en manos primero de Don Rosario y después de Don Sacramento.  No es casualidad que el instrumento sea simple y que quienes lo utilicen también sean personajes simples. La carraca se toca de manera esporádica mientras Dionisio habla e incluso en algunos momentos se interrumpe la conversación para arreglar el instrumento. Lo que pretende Mihura es restar importancia a las palabras de Dionisio aunque estas sean importantes o tengan cierta relevancia en el discurso.
-       Los conejos que el cazador va lanzando debajo de la cama es otro elemento absurdo que Mihura emplea inteligentemente. El cazador se desprende de ellos para sentirse más cómodo mientras baila en la fiesta. Se supone que le ha costado un esfuerzo conseguirlos y se desprende de ellos sin miramientos. Más tarde don Sacramento los recupera; Dioniso le dice que son ratones y le convence de que el precio en realidad son unos números colocados por el dueño. El momento surrealista cumbre sucede cuando Don Sacramento quiere regalar los conejos a sus sobrinos a modo de juguete.
Entre los objetos surrealista de la obra cabe destacar los Tres sombreros de copa, con los que Dionisio se preocupa incluso más que de su propia boda. Mihura utiliza varios objetos que en ocasiones cobran mayor importancia que los propios protagonistas. Estos objetos resumen la esencia de la obra y su verdadera intencionalidad. 

lunes, 3 de diciembre de 2012

París desde mi ventana.

Quizás no es lo más corriente. Quizás no es lo que todo el mundo ve, pero sí lo que yo percibo.
Cerca de la silla de flores, subido en la repisa de la ventana, veo a mi gato suspirando por el mal tiempo, con su triste cara de bebé cansado. A su lado está mi hermano Javier, son su doble cara casi de espantapájaros, que hace que raramente alguien tenga agallas a acercarse a él. Detrás el arco iris siento (más que veo) otro tipo de luces y colores que son las que me alumbran las ideas más allá de su cristal. El cielo no es del todo claro, pero tampoco intensamente oscuro. Él jamás me deja ver con claridad lo que hay más allá de él, ya sea de día o de noche. A lo lejos dos hombres volando veo, que, como yo, prefieren levitar en el sueño de su "París ideal" que estar de pies en el suelo viéndose las caras con la realidad de la ciudad y la inmensa nube tormentosa de la Torre Eiffel, al contrario que el chico al que últimamente le apetece darse vueltas en paracaídas por la ciudad y hundirse de pleno en ella. Los que estamos acostumbrados a la Torre, en vez de alegrarnos, llega casi al punto de deprimirnos con su color insípido y sus frías formas. A lo lejos, con esa luz tan clara y esos colores que inspiran más paz que cualquier otra estampa al alcance de mi vista, todo parece más normal, como si allí hubiera otra vida, como si desde allí todo se viera des de otro punto de vista y la felicidad se pudiera palpar con solo salir por la puerta de casa. Más bien, parece que hasta los propios edificios intenten desesperadamente deshacerse de mi visión, quizás fantástica, de la vida que me rodea.
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