Pío Baroja concede la muerte a los personajes más queridos de sus obras, otorgándoles un don, un final de ciclo cuando todos sus sueños, ilusiones y esperanzas desaparecen. Como buena “autobiografía”, Baroja utiliza al estudiante Andrés Hurtado como reflejo de su vida. Andrés no es una copia fidedigna de Baroja pero guarda grandes similitudes al compartir experiencia, pensamientos, familiares, amigos, dificultades, esperanzas… Es obvio que un estudiante de medicina tarde o temprano tendrá que encontrarse con la muerte, y aun más, si su vida se desarrolla en una época en la que las enfermedades y los medios para remediarlas eran muy diferentes a las que encontramos hoy en día.
La primera experiencia con la muerte la encontramos pronto, en el capítulo VI de la primera parte titulado “La sala de disección”. Como bien explica Baroja los estudiantes no sienten ningún tipo de repulsión ni de rechazo ante la muerte: “En todos ellos se producía un alarde de indiferencia y de jovialidad al encontrarse la muerte, como si fuera una cosa divertida y alegre destripar y cortar en pedazos los cuerpos…” (pg. 53-54) Estos estudiante luego se divertirán poniendo cucuruchos en la boca y sombreros de papel a los cuerpos. Esta actitud deja mucho que desear de unos jóvenes que acabarán convirtiéndose en médicos a los que mucha gente confiará su vida.
En la segunda parte del libro, se explican dos muertes en los capítulos VII y VIII. Dos muertes de dos hijos, uno de una de las señoras de Venancia y otro de la señora Benjamina. Son muertes que no tienen mucha importancia en la historia, ya que sus madres son uno de los tantos personajes secundarios de la obra. Lo que verdaderamente sorprende es como se explican, por ejemplo la del capítulo VII: “El niño estaba en agonía y a eso de las diez murió.” (pg. 117). Baroja explica las muertes sin dotarles de dramatismo alguno, se describen de manera tan sencilla y directa que se pueden equiparar a acciones tan rutinarias como ir a comprar o salir a pasear. La tasa de mortalidad de antaño era mucho más elevada que la actual, de ahí que morirse resulte ser algo muy común.
La primera muerte importante que se produce en el libro es la de Luisito, en el quinto capítulo de la tercera parte. Se trata de una muerte dolorosa, del hermano más querido de Andrés que, después de ser trasladado Valencia con la esperanza de que sobreviva a la tuberculosis que invade sus pulmones, muere cuando Andrés sustituye la baja de un médico en Burgos. Pese a ser una muerte de un ser cercano y muy estimado, el impacto de esta muerte sobre Andrés es distante y no únicamente porque la carta que le informa del fallecimiento llegue dos meses tarde: “Aquella indiferencia suya, aquella falta de dolor, le aparecía algo malo. El niño había muerto; él no experimentaba ninguna desesperación. ¿Para qué provocar en sí mismo un sufrimiento inútil?” (pg.153). Quizás esa falta de sufrimiento se deba a la incredulidad: hacia al final del capítulo Andrés es incapaz de imaginarse a su hermano atacado por la enfermedad, solamente se lo imagina alegre y sonriente como en el momento de su marcha.
La siguiente muerte es la que más conflicto y controversia causa, se trata de la muerte de la mujer del tío Garrota, del capítulo nueve de la quinta parte. Es aquí donde se describen las tres versiones de las causas de la muerte por tres médicos diferentes (entre ellos Andrés) del misterioso fallecimiento de esta mujer en Alcolea del Campo. Mientras que Andrés defendía que Garrota no mató a su mujer, Sánchez sostiene que Garrota es el autor del supuesto crimen. El pueblo se posiciona a favor de Sánchez pero las pruebas acaban dando la razón a Hurtado y Garrota finalmente es declarado inocente. El desenfado se extiende por las calles y Andrés no puede soportar tal primitivismo en la actitud del pueblo: decide de una vez por todas marcharse.
Pese que el próximo capítulo en el que muere alguien se titula “La muerte de Villasús”, (de la sexta parte) se trata de una muerte que no condiciona demasiado el desarrollo de la historia. Villasús es un antiguo conocido de Andrés, poeta, con el que llegó a congeniar y respetar. Hay que destacar de esta muerte la desesperación de los familiares por saber que está muerto en realidad “Habían hecho horrores con el cadáver: le habían quemado los dedos con fósforos para ver si tenia sensibilidad”(pg.267). Esta idea de la esperanza por saber si alguien aparentemente muerto sigue vivo se contradice con la idea que Baroja desarrolla a lo largo de la novela, de la muerte como algo común, simple, pasajero…
Hasta en el último capítulo de la última parte está presente la muerte, esta vez de la manera más impactante, sorprendente e inesperada. Baroja “destroza” contundentemente el final feliz que todo lector se espera: Andrés su mujer Lulú y su hijo mueren en apenas tres páginas. Este final resume de manera clara el mensaje que quiere transmitir Baroja de una manera especial, mediante una antítesis muy inteligente: el hijo de Andrés nace muerto y Lulú no consigue sobrevivir al parto (estas dos muertes se podrían haber salvado si la ciencia estuviera en aquella época más desarrollada) y Andrés se suicida (utilizando un veneno especial que no le produce dolor “¿Cómo?”: Mediante la ciencia).
Hay que ver más allá de lo explicado en la novela, fuera de la increíble historia que se cuenta se esconde una dura crítica explicada perfectamente en la cuarta parte del libro mediante la metáfora del árbol de la ciencia y el árbol de la vida. No es casualidad que prácticamente en cada parte del libro aparezca una muerte, muertes que no dejan de ser puras reflexiones y reivindicaciones con la intención de cambiar la sociedad, una sociedad basta, primitiva, sumida en el pozo de la ignorancia. La intención del libro se explica claramente con la última frase de la novela “Pero había en el algo de precursor” (pg. 292), tanto Andrés como la novela quieren ser pioneros de una nueva mentalidad y abrir los ojos a esta sociedad ignorante y así poder mejorar, ni que sea un poco, el duro y horrible mundo en el que vivimos.
1 comentario:
Carlos, has escrito un buen artículo. No dejas ningún detalle sin analizar.
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