Los de 2º de bachillerato 2013

domingo, 7 de noviembre de 2010

Instinto infantil


Desde pequeños nos enseñan a desconfiar de los desconocidos. Los padres son nuestros héroes. Idolatramos todo lo que nos dicen, y creemos con toda la inocencia del mundo que tienen razón en todo. El problema viene cuando el problema al que debemos enfrentarnos son nuestros propios padres. Me gustaría contaros la historia de Sara, una chica que, por besarse con un chico, empezó a ser la guarra de la familia, odiada por todos, incluso por sus padres.

Me llamo Sara, tengo trece años y siempre he sido una chica muy obediente. Un día estaba en un banco besándome con mi actual novio, con la mala suerte de que mi vecina pasaba por ahí, y me vio. Al llegar a casa, fue tal la paliza que me dieron mis padres que me dejaron sin conocimiento. Me estuve un par de meses sin salir de mi habitación y sin ver a mis padres únicamente para traerme la comida y para que me recordaran lo guarra que era.
Un día mientras mi madre, como cada día, lloraba por tener una hija como yo, cayó al suelo y seguidamente se oyó el ruido de un plato cayéndose. Dudé si salir de mi habitación o no, pero finalmente decidí salir para ver que pasaba ya que, pese a todo, era mi madre, y supongo que aún la quería.
Cuando salí me la encontré tirada en el suelo, con un plato roto al lado de su cabeza. Me vio y me miró con tal rabia que empezó a perseguirme por casa con un trozo de plato roto en la mano, gritándome barbaridades como que ojalá no fuera su hija, que me quería ver muerte y que no se merecía una hija tan necia seguido de insultos que se repetían continuamente.
Desde aquél día, mis padres decidieron que no podía seguir viviendo con ellos, así que decidieron mandarme a casa de algún familiar para que no me pudiesen ver y no sentirse desgraciados de ser mis padres.
Necesitaban una casa que no estuviera cerca de la nuestra para evitar encuentros, con la mala suerte de que decidieron enviarme a casa de mi tía Julia y mi tío Roberto, el cual, de pequeña, me había violado en ciertas ocasiones.
Esa noche no pude pegar ojo. Me querían enviar directa al infierno, y cuando les decía que no quería ir, me recordaban que no estaba en situación de elegir, y que, como quería ser una guarra, al menos lo hiciese bien.
Una vez en casa de mis tíos, empecé a pensar en si mi tío Roberto habría hecho lo mismo con sus hijas, respuesta que me quedó completamente clara después de ver una terrible escena en la que se derrumbaron todas las ilusiones infantiles, las fábulas de los caramelos que no había que aceptar de los desconocidos, de no subir a un auto con desconocidos… ¡Estupideces!
Cuando tenga un hijo, lo primero que le diré es que se proteja de mí y de su padre y se lo repetiré cada día hasta que haya dejado de lado ese instinto infantil que hace que le entregues tu inocente vida a la primera persona que te da cariño y dos besos, personas que solo son tus padres por pura casualidad. Porque son ellos los que nos protegen de los desconocidos, pero, ¿quién nos protege de ellos? Esto le enseñaré a mi hijo: a ser el verdadero dueño de su vida y a no confiar en cualquiera, ni siquiera en sus padres.

Deberían enseñarnos a defendernos de vosotros, padres, parientes y amigos, porque frente a los extraños tenemos ese instinto inmediato de desconfianza, y si alguien es lo suficientemente ingenuo de poner su vida en manos de un desconocido, entonces él será el responsable de las consecuencias. Pero ¿quién, alguna vez, nos enseñó a defendernos de vosotros? ¿A quién debemos culpar si vosotros nos matáis? ¿A nuestra fe inquebrantable? ¿O a nuestro estúpido instinto infantil?

1 comentario:

Unknown dijo...

Laura, ¡es un artículo muy efectista!

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