Pertenecer a un sitio nunca ha sido fácil, y aún menos en
los tiempos que corren. Pero cuando encuentras ese lugar puedes perdurar en él
con sus virtudes y sus defectos para siempre. Mi lugar en el mundo, pese a
todo, no lo encontré hasta cierta edad. No obstante no cambiaría por nada el
mar de plata, la brisa que despreocupa, el olor a sal y la arena en los pies.
Donde los días pueden ser perfectos pese a las nubes. Pensad vosotros en un
solo día en el que no os hayáis identificado con vuestra tierra.
Porque mi tierra no es un trozo diminuto de continente
perdido en el mapa, sino una gente y poder decir “ya estoy en casa” en cada
esquina de la ciudad. El orgullo de poder decir de donde soy sin bajar la
cabeza. Porque yo, con lo bueno y lo malo de mi ser, complemento en poca medida
mi tierra.
Y cuando ya no esté en mi “lugar”, o encuentre otro
mejor, peor o simplemente diferente, sabré que queda algo de mí en todos esos
sitios; en el puerto, las butacas del cine, la estación de tren y en cada calle
mayor o callejones sin salida. Y todo lo que la nueva tierra me traiga no se
podrá comparar nunca con Cambrils. Ni para bien ni para mal.
Es por eso que lo mejor que le puedo desear a mi pueblo
es que no cambie; que su magia reside en lo que ya tiene, en su alma.
1 comentario:
Bien, Laura, quedan claros tus sentimientos, pero seguro que a Cambrils también le viene bien una arquitecta de sueños.
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