A principios de verano mis padres decidieron ir a la isla de Cerdeña toda la familia. Como el barco zarpaba des del puerto marítimo de Barcelona y aun faltaban unas horas para partir decidimos ir a un centro comercial cercano llamado Maremágnum a hacer las últimas compras para el viaje. Allí esperamos un par de horas y luego volvimos donde habíamos aparcado el coche, para ir al lugar que nos indicaba el personal de la compañía. Después de una larga espera embarcamos y subimos todas las maletas a nuestros camarotes del barco. Eran pequeños y acogedores aunque solo íbamos a dormir una noche en ellos. El viaje hacia la isla se me hizo eterno porque tenía muchas ganas de llegar pero la espera merecía la pena. Media hora antes de atracar en el puerto de Cerdeña todo el mundo salió a la parte superior del barco. Des de allí se podía observar toda la isla llena de pequeñas montañas y sus preciosas playas casi desiertas. Era un paisaje bastante salvaje y poco habitado ya que las poblaciones más importantes como por ejemplo Cagliari, se encontraban en el interior. Una vez en territorio Italiano, fuimos a nuestro hotel a dejar todo el equipaje. Era un hotel muy especial porque estaba en medio de la naturaleza y a dos pasos de una pequeña cala. Íbamos a dormir en pequeñas casitas, que tenían varias habitaciones. El hotel tenía una piscina de agua salada y otra más pequeña de agua dulce. También pista de tenis y de fútbol. Una vez descargadas todas las maletas decidimos ir a darnos un baño y a descansar después del largo viaje. A la mañana siguiente seguimos el itinerario que habíamos marcado ya en casa y fuimos a visitar el pueblo del Alghero. Era un pueblo marítimo y típico italiano. Su iglesia era muy diferente a las iglesias de nuestro país pero a la vez muy bonita. También había una pequeña muralla que rodeaba la zona más antigua e histórica. Una vez visitados los sitios más importantes, volvimos al hotel. Al día siguiente fuimos a visitar la gruta de Neptuno. Se encontraba en un acantilado muy alto y para acceder a la gruta se tenía que bajar por unas escaleras interminables, aunque solo para ver el paisaje valía la pena. El tercer día optamos por descansar y disfrutar de la playa con tranquilidad. Esa misma noche fuimos a un chiringuito playero más alejado del Alghero. Estaba lleno de velas por toda la playa y cocinaban unos platos buenísimos. Después de una bonita noche de relax decidimos ir al hotel porque al día siguiente nos esperaba un viaje de vuelta muy duro. Una vez listos y con todo el equipaje en el coche fuimos hacia el puerto, allí embarcamos rumbo a Barcelona. Esta vez se hizo más pesado porque todo el viaje fue de día y doce horas es mucho tiempo. Aunque la espera se hizo larga nos entreteníamos con los espectáculos y la música que organizaba el barco para que fuera más ameno. Ya era de noche cuando llegamos a Barcelona. Me parecieron unas vacaciones geniales a pesar de los pocos días que estuvimos allí.
1 comentario:
¡Muy buena redacción!
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