Arquitectos de sueños

Desde  recién nacida, las fiestas anuales las celebraba en Torino, la ciudad de mis padres. Sinceramente la veo como mi ciudad, guardo mis mejores recuerdos familiares, unos de los más felices de todos. La ciudad es bella en sí, sus edificios muestran elegancia en cada una de las piedras que los componen, y las zonas más públicas muestran la alegría y diversión de los ciudadanos. Pero a veces la siento fría, con poco color en las calles, todas monótonas entre sí como un aburrido laberinto. Supongo que esa es la gracia de una ciudad antigua y cosmopolita a la vez, sin necesidad de turistas, porque siempre hay alguien con el cual enfadarte porque no sabe conducir. Pero no solo es la parte exterior que me cautiva, lo que de verdad me hace sentir como en casa, es la gente. ¡Por dios, esa gente! Que carácter tan fuerte y tan abierto que muestran, agradecidos por una mínima sonrisa al entrar en un bar. Y la comida… ¡Qué comida! Plato tras plato de sensaciones nuevas, y en mi caso, de sensaciones nostálgicas.

Sé muy bien que de esta ciudad, mi ciudad, no cambiaría nada, porque es su peculiaridad la que la hace especial. Al igual que el pintor austriaco Hundertwasser, que une la tierra a la persona con líneas curvas a partir de sus cuadros, yo uno a mi, la tierra con sus rarezas y sus recuerdos, representados en mi manera de describírosla.